Narración histórica II                                                     

 

Capítulo II

Carácter de la Revolución de 1910. Causas de este movimiento político.

 

Las guerras intestinas obedecen a diversas causas y tienen distintos caracteres.

Hay movimientos populares y guerras militares. Aquellos son iniciados por el elemento civil y secundados principalmente por la masa popular, y éstas son promovidas por los jefes militares contra los gobiernos constituidos especialmente cuando el Poder Ejecutivo está á cargo de un hombre civil. La historia de México relativa á sus guerras civiles nos presenta varios casos que comprueban este aserto. Y es que el militarismo en nuestra República siempre ha procurado preponderar, y de hecho ha preponderado; por eso estamos tan atrasados en el camino de la Democracia, pues este sistema no se compadece con el espíritu de represión brutal que los hombres de espada ponen en práctica cuando ejercen la magistratura, quienes se olvidan que la soberanía reside en el pueblo y ellos se creen Soberanos. Raro es el militar que no tiraniza cuando gobierna, como es raro el hombre civil que se hace tirano gobernando. Por eso Juárez, cuando cierto General se empeñaba en ser Presidente, dijo: “Los soldados al cuartel y los magistrados al Capitolio”

 En México ha habido dos revoluciones de carácter popular: la de Independencia y la de 1910

La Revolución de 1910 así llamada á la que acaudilló Don Francisco Y. Madero, es por sus causas y particularidades un movimiento netamente popular. El Señor Madero, hombre civil, fue secundado por las masas populares de todo el país; y la clase media y no poca gente intelectual tomaron parte activa en la contienda, en tanto que el ejército se mantuvo siempre leal y adicto al General Díaz hasta el último momento de su gobierno. Las defecciones que se registraron fueron a última hora y de poca importancia. El General Beltrán y el General Huerta a despedirse en Veracruz cuando éste se iba á su destierro voluntario allende el Atlántico, embarcándose en el vapor alemán “El Ypiranga”. Tal vez entonces, Huerta, al oído de Díaz, murmuraría estas palabras: “Yo me encargo de vengarte”

                                  Porfirio Díaz y su Gobierno

No me propongo hacer la biografía de Don Porfirio Díaz, porque, aparte de que es innecesario ese trabajo para el fin que me guía, bastante conocida es la vida pública y aun la privada de este hombre célebre. Sus panegiristas han rodeado esta interesante figura histórica de hechos que hasta rayan en fabulosos, presentándolo como un ser providencial que fue creado para hacer la felicidad de su patria. Por otra parte, Don Sebastián Lerdo de Tejada, en sus memorias, publicadas en el país hasta después de la caída de Don Porfirio, nos da á conocer al hombre íntimo, al militar, al gobernante, en fin, al Verdadero Porfirio Díaz. Puede ser que Lerdo, resentido porque el General Díaz le hizo guerra y lo arrojó del poder por medio de las armas, exagere los defectos físicos y morales de su rival, y el análisis que hace de la psicología del mismo, carezca de exactitud por apasionado, pero de cualquier modo puede balancear por lo que tengan de adulación los conceptos de sus panegiristas. Me limitaré, pues, á considerar á grandes razgos los actos de su gobierno que tengan cierta relación con la guerra civil que aún asola al país, relación directa ó indirecta, pero que de algún modo hayan influido para que el pueblo que parecía aletargado en un sueño de paz sepulcral, despertara furioso y terrible.

Desde que el Padre de la Patria, Don Miguel Hidalgo, diera el glorioso grito de independencia, hasta el momento en que fueron ejecutados en el Cerro de las Campanas el usurpador Maximiliano y los traidores Miramón y Mejía, el país había guerreado durante cuarenta y siete años casi sin descanso. Tocó al Benemérito Juárez señalar el hasta aquí á esa sangrienta etapa, extinguiendo los últimos gérmenes de las guerras intestinas é internacionales que hasta entonces habían asolado á la joven República, esos agentes e instrumentos del partido conservador.

La paz de México comenzó, pues, en esa fecha memorable en que la Nación Mexicana conquistó por completo sus derechos como pueblo libre, y comenzó también el gobierno á funcionar conforme á la Constitución de 57 con las irregularidades inherentes á un estado de cosas que no permitía entrar de lleno á un sistema no bien comprendido aún por las masas populares ni bien aceptado por la burguesía y la burocracia que querían seguir gozando de los privilegios y canongías que les brindara el efímero imperio derrocado estruendosamente por el potente empuje de las armas republicanas.

Hubo sin embargo, algunas sublevaciones en las postrimerías del gobierno del Señor Juárez, siendo la más notable la iniciada por el general Porfirio Díaz bajo el “Plan de la Noria”; pero aún ésta no merece importancia, porque ni tuvo en la opinión pública, ni llegó a tomar incremento, ni tenía realmente un carácter político, sino simplemente fué la manifestación ostensible de la impaciencia de Don Porfirio por realizar su dorado sueño: Ser Presidente de la República para hacerse pagar bien pagados los servicios que le había prestado á la Patria; mas no le fue posible en esta vez ver coronados sus deseos, porque vencer a Juárez era una empresa superior a sus fuerzas.

La implacable muerte cortó el hilo de la vida del segundo libertador de México, el sublime indio de Guelatao bajó al sepulcro bañado con el llanto de la Nación agradecida y doliente por tan irreparable pérdida.

Don Sebastián Lerdo de Tejada, por ministerio de la ley, substituye á Juárez en la Presidencia y expide una ley de amnistía para los rebeldes á la cual se acogen y vuelve a establecerse la paz ligeramente interrumpida.

Comienzan a sentirse los primeros efectos de ella con la inauguración del ferrocarril de Veracruz á México el 1º. De enero de 1873.

La administración del Señor Tejada, según los datos que se tienen y lo poco que de ella se ha hablado en compendios de historia, no ofrece notas sobresalientes ni como muy buena ni como perjudicial al país.

En lo que respecta al orden moral, digámoslo así, ó mejor dicho, al constitucional, como ya se dijo antes, no se ha de haber ajustado la política administrativa ni la judicial de un modo riguroso al molde democrático, porque es cosa bien difícil la implantación de un sistema nuevo completamente distinto del que regía. Esto no quiere decir, sin embargo que de los errores ó faltas que se hayan cometido durante el gobierno de Lerdo, se haga omisión de ellos. En el Plan de Tuxtepec reformado en Palo Blanco que enseguida insertaremos, se acusa á Don Sebastián de todo género de abusos  y de toda clase de infracciones a la ley fundamental. La historia dirá si existieron ó se cometieron tales abusos ó no. No se podrá alegar que no ha habido tiempo ni oportunidad para hacerlo cuando hace treinta y nueve años que cayó aquel gobierno. No habría razón para decir lo mismo respecto a Don Porfirio de cuyos actos somos testigos y de quien hasta ahora no se ha hablado y escrito más que para adularlo y glorificarlo, y los pocos que se han atrevido a censurarle en expiado ese delito (¿?) en las cárceles.

Estando por terminar el periodo presidencial de Lerdo, sus partidarios ó la burocracia, comenzaron á laborar por que se reeligiera para un nuevo periodo, á la vez que los porfiristas trabajan con empeño para que se nombrara al Caudillo presidente.; pero sea que realmente no había libertad de sufragio porque la estorbaba el gobierno ó sea que Don Porfirio desconfiaba del buen éxito en la campaña electoral, lo cierto es que el Gral. Díaz dando otra vez muestra de su impaciencia, volvió a levantarse en armas, prohijando el Plan de Tuxtepec que se había lanzado recientemente, he aquí el Plan.

(Aquí copia mi abuelo el Plan de Tuxtepec reformado en Palo Blanco, que no incluyo en esta copia por ser del dominio público y porque sería una digresión que no viene al caso, según creo. Sin embargo, con más tiempo lo incluiré al final como una referencia)

Se entabló la lucha entre el gobierno y parte del ejército nacional, pues desde luego obraban de acuerdo con Díaz, los generales Trinidad García de la Cadena, Ramón Corona, Berriozábal y después fueron pasándose á sus filas importantes fracciones de la armada; así se explica cómo en tan poco tiempo derrocó la revolución al gobierno; los cuartelazos se asemejan á los movimientos populares por su eficacia, válgaseme la frase, y la revuelta que promovió Don Porfirio fue más bien un cuartelazo que una revolución. Triunfó pues este cuartelazo y el general vio al fin coronados sus deseos de sentarse en la silla presidencial.

El pueblo se dio cuenta de que para estar en paz era necesario que el héroe de Miahuatlán viviera en el palacio nacional, pues ya estaba suficientemente probado que era el único alterador de la quietud del país desde que habían extinguídose los partidos políticos que estaban en pugna con el liberal, en consecuencia, se resignó á que Díaz, flamante soldado, se enseñara á gobernar;  tarea propia de estadistas. Por lo demás, justo es decirlo, Don Porfirio entonces gozaba de popularidad la cual se conquistó por los servicios que prestó á la nación durante las guerras de tres años y el Imperio; general en jefe del ejército de oriente, vencedor en Puebla el 2 de abril de 67 y en San Lorenzo algunos días después, y por último, sitiador de México, último atrincheramiento de los traidores e imperialistas, su nombre y su fama y su buena fortuna le hacían sobresalir del nivel de los demás jefes del Ejército, no obstante que entre estos había muchos de tantos méritos como Dn.  Porfirio y más todavía como Riva Palacio, Corona, Martínez; porque éstos no solo eran militares, no solo blandían la espada sino que eran intelectuales y hacían crujir la pluma en los gabinetes . Pero Díaz estaba llamado a jugar un papel importante en la política nacional, y fue á ocupar la primera magistratura con la espada desenvainada y tinta en sangre de las víctimas de San Juan Epatlán y de Tecoac.  

Decíamos que el pueblo admiraba al nuevo Presidente, al menos el pueblo bajo que se deja arrebatar de entusiasmos inconscientes y que se deslumbra con el brillo de los galones y entorchados. Cierta clase social miraba en los hombres que habían tomado á su cargo los puestos públicos á neófitos é incapaces de darle un buen sendero á la cosa pública. Imposible es contentar á todo el mundo; imposible presagiar el porvenir. Luego que Don Porfirio asumió el Poder en vista de un artículo del Plan de Tuxtepec, nombró Gobernadores de los Estados á militares adictos al régimen, ó más bien a su persona, pues el régimen era el mismo puesto que se reconocían las leyes vigentes

Uno de sus actos represivos dizque para entrar por la senda de la paz, fue el asesinato de 18 personas en Veracruz el 25 de Junio de 1875 acusados o denunciados como conspiradores lerdistas. El Gral. Terán, que diríamos el verdugo, los aprehendió en sus casas á altas horas de la noche y los llevó semidesnudos al Cuartel. Avisó al Gral. Díaz de la captura, por telégrafo, preguntándole que haría de los reos, y Don Porfirio le contestó “mátalos en caliente” frase que se ha hecho célebre y que da á conocer la psicología del hombre cruel. Terán ejecutó la órden incontinenti cazándolos como fieras en el patio del cuartel. Los cadáveres de esos desgraciados, bañados en su sangre, fueron amontonados en carretones y llevados a enterrarlos en una fosa común. Cuando el sol apareció, todo estaba concluido; la sangre restañada. Las esposas, las madres de las víctimas, enloquecidas trataban de ver á los presos. ¡Vano empeño! Sus deudos dormían el sueño eterno.

Este hecho es un crimen y una de las más grandes manchas rojas que se extiende sobre las páginas de la historia de este hombre.

Algunos partidarios de aquel régimen, para quitarle la fealdad á tan espeluznante atentado á la civilización, echan mano al proverbio “el fin justifica los medios” es decir, que esa fue un medio para prevenir nuevas revueltas, y no para establecer la paz, que la paz, propiamente dicha, como ya se ha demostrado, comenzó desde la tragedia del Cerro de las Campanas.

Tal vez haya sido necesaria una medida dura para impedir la formación de nuevos partidos políticos ó aun para suprimir desórdenes, pero el procedimiento fué bárbaro. Si el delito era tan grande ¿no bastaba que se les hubiera encerrado en una fortaleza por diez ó veinte años?

Algún tiempo después fueron también asesinados por órdenes de Dn. Porfirio el general Trinidad García de la Cadena, el general Ramón Corona, el general Ignacio Martínez. Personajes todos de prestigio y los que más le ayudaron a derrocar a Lerdo; pero según se ha dicho, cuando combinaron hacerle la guerra a D. Sebastián, habían pactado que se irían turnando en la Presidencia, entre el general Díaz y sus colegas que después fueron sus víctimas, de allí que fuera punto esencial en el Plan “la No reelección”; mas como a Díaz le agradara tanto gobernar y más que gobernar ser agasajado y adulado, mandó al Congreso que expidiera la ley de reelección “por una sola vez” , y a los dichos generales los mandó al panteón para que no le exigieran el cumplimiento de lo pactado.

Más tarde las Cámaras votaron la ley de reelección indefinida, es decir, declaraban Presidente vitalicio al general Díaz que había escrito en su bandera tuxtepecana “no reelección y en que se enfureció en santa ira porque Lerdo trataba de reelegirse por primera vez. Dice el Señor Díaz en el “Plan de Tuxtepec”: es preciso ya, es indispensable apelar á la fuerza del pueblo para derribar y castigar al tirano que se nos ha impuesto . .”

En cambio de estas inconsecuencias con sus promesas y principios revolucionarios, la administración porfirista fue benéfica al país, hasta cierto punto, en el órden material. Como ya no hubo alteraciones en el órden público, los hombres, en vez de echarse al hombro el fusil homicida, se cargaron el azadón y se fueron al campo á labrar la tierra y á desazolvar las minas, á abrir caminos.

 Bajo la administración de Díaz, se hicieron amplias concesiones á capitalistas extrangeros para la construcción de vías férreas, se instalaron líneas telefónicas y telegráficas a largas distancias, se mejoraron las condiciones de algunos puertos con obras de gran costo y de positiva utilidad como las de Veracruz y Salina Cruz, se embelleció la Metrópoli con magníficos palacios del gobierno y de particulares; presas, jardines, estatuas, calles asfaltadas, trenes  eléctricos, luz y otras muchas cosas buenas y útiles llamaban la atención de propios y extraños en la gran ciudad de los palacios, y no sólo en élla, si que también en Puebla, Guadalajara, San Luis Potosí; en la joven ciudad de Torreón y otras que cuentan con recursos propios.

El alcázar de Chapultepec, residencia veraniega del Presidente, llegó a embellecerse de tal modo que el tourista al visitar esa mansión señorial, rodeada de hermosos jardines, lagos artificiales, viveros, bosques, alamedas y otras mil cosas, se imaginaba estar en Viena ó en Nápoles ó en las Tullerías.

Alrededor de la vieja Tenochtitlán, así como alrededor de Pekín, de Jerusalem, de Babilonia, se levantaban murallas y torres para la defensa de aquellas ciudades, aquí se levantaban ó se levantan aún esbeltas chimeneas que vomitan humo negro y espeso: Son señales de que allí se están fabricando tantas cosas necesarias, como géneros, loza, vidriería, cerillos, herramientas para la agricultura. Aquéllas fortalezas servían para impedir la entrada del enemigo; estos establecimientos fabriles servían para rechazar a otro enemigo: el hambre, la miseria; allí encontraban trabajo miles de hombres.   

El servicio postal llegó a funcionar de una manera casi perfecta, así como el de telégrafos, trenes, aguas potables etc. El México colonial y el México de continuas revueltas, iba orillándose al lado de San Lázaro empujado por la invasión del México moderno que se verificaba por el lado opuesto, es decir, por San Cosme, Chapultepec, Colonia Roma, Paseo de la Reforma.

La instrucción pública, tuvo algún impulso en lo que respecta al grado secundario y profesional; pero poco ó nada se adelantó en el primario, pues al comenzar la revolución de 1910, había un tanto por ciento de analfabetos igual al que existía en 1875. En cuarenta años puede decirse que no se ha dado un paso en ese camino que es el que conduce á los pueblos á la verdadera felicidad.

Durante el mismo gobierno de don Porfirio se aumentaron y cultivaron relaciones de amistad casi con todas las naciones civilizadas del mundo, estando representado dignamente México por medio de embajadores, legaciones, consulados; las bellas artes tomaron incremento y  ayuda eficaz por parte del gobierno, habiéndose pensionado á varios aficionados a la pintura y á la música para ir á ampliar sus conocimientos á Europa.

El crédito del país llegó a buena altura, debido á que se iba cumpliendo regularmente con los compromisos de la deuda pública y por otras causas del orden económico, en cambio, esta deuda era cada vez mayor, pues llegó a ascender a la cifra de , cuatrocientos millones; esta deuda se fue contrayendo para las obras de los puertos, para edificios públicos y para algunas otras inversiones; seguramente entran en estos desembolsos la subvención á compañías ferrocarrileras y la nacionalización de algunas de las líneas férreas verificada en los últimos años de dicho gobierno y cuya gestoría se atribuye á la habilidad financiera del Ministro de Hacienda D. José Yves Limantour.

En suma: se progresó algo en el orden material. La época fue propicia y relativamente larga: Treinta y cuatro años. Decimos que fue propicia porque el pueblo estaba cansado de guerrear, necesitaba reposo en el trabajo. Los pueblos son como los volcanes, estos tienen sus periodos de erupción y sus periodos en que parece que se han apagado; en que se puede llegar impunemente al cráter donde sólo se ve el rastro de la actividad de otros tiempos. Mientras tienen vida las sociedades y no se ha perdido la herencia de raza y la idiosincracia típica de las colectividades, los pueblos, como las chimeneas de las enormes hogueras subterráneas, luego que hanse acumulado las materias que producen las erupciones, entran en actividad para arrojar esas materias y aún otras de distinta naturaleza, los pueblos, decimos, también estallan en revoluciones tremendas cuando se han acumulado causas en su organismo social ó político que determinan esas conmociones.

México, durante siete lustros de paz no interrumpida, natural era que progresara, no solamente en el orden material como progresó, debió también progresar en el orden moral; porque el progreso es una ley universal ineludible. La antigua Grecia y la vieja Roma, progresaron aun en medio de constantes guerras civiles y de conquista.

Esta guerra atroz en que aún estamos, nos va á suministrar una buena dósis de experiencia y nos va á señalar un nuevo derrotero para lo futuro.

Las contiendas armadas asolan los países, acaban los ganados, siegan vidas de inocentes; empobrecen á los ricos y enriquecen á los pobres: las capas sociales inferiores suben y las superiores bajan. Es una efervescencia, una ebullición. Pero en estas fricciones, las vestiduras se rasgan y los hombres quedan en momentos semidesnudos, y entonces se conocen mejor porque se traslucen las conciencias, se miran los corazones. Muchas llagas morales se descubren y se presentan en toda su fealdad y asquerosidad.

¿No es progresar adquirir esta clase de conocimientos? ¿No son saludables enseñanzas que aprovechará la posteridad?